martes, 21 de junio de 2022

El goleador eterno

Saluda a su esposa."Chau". Lacónico en su expresión, indiferente en su tono, focalizado, imperturbable. Se retira de la cocina casi sin tocar las baldozas como salticando para escabullirze entre el humo y los olores a comida casera.

Baja las escaleras que lo depositan en la vereda par de la calle, justo al lado del local, la mercería que lleva el singular nombre de "Paquita".

Se sube a su vehículo le da marcha, casi en forma autmática, sin pensar, pisa el embrague, pone la marcha atrás y sale raudo para la cancha. Los ojos miran a través del vidrio que comienza a empañarse por el frío exterior, pero esos ojos no observan, no miran. El pensamiento lo abstrae de la realidad, lo deposita sobre la alfombra verde. En el rectàngulo delineado por tiras de alfombra blanca, bañada en pepitas de goma negra, caucho, algo de arena y mucho de euforia. 

El brillo lumínico del semáforo rojo rebota en su rubia cabellera que cubre el cuero cabelludo. 

"¿Quien arma los equipos?". Pregunta. 

"Dale vos y él". Dubitativo apunta con su dedo ínidce. 

"Yo juego con Nano". Intenta armar un equipo imbatible. 

Sale la pelota del medio, pero nada de eso importa. Ni si se va al lateral o corner, si rebota o no en el alambre. El equipo rojo, se arma de toque en toque. Una jugada magistral, un pase de derecha, en cortada que lo deja a Beto solo frente al arco. Patea, con más dirección que potencia. La pelota da en la base del palo, ese frio sonido metálico, deja vibrando por unos instantes el aire. 

"Le erré. Puta madre". Lanza Beto el quejido, solloza protesta, herido, maldice. 

Vuelve a rodar la pelota, y otra jugada linda para los de rojo. Esta vez, Beto queda de frente al arco, lo mira al arquero, ve que sobra arco por todos lados, sin demasiado esfuerzo, ni habilidad ni potencia, define abajo junto al palo dercho del arquero, le dio con el pie abierto. Una sonrisa envuevle su rostro, una singular paz lo invade, un rayo de emoción impacta en el hipotálamo debajo de esa cabellera rubia. 

Suena una bocina larga, demasiado larga. "Dale, la concha de tu madre, movete de una vez!!!" Escucha la puteada hiriente. 

Reacciona, presiona el embrague, pone primera, sin entender que sucedía. Levanta su mano derecha en son de paz y disculpa. 

"Perdón, me distraje un instante". Va convencido hacia la gloria.