viernes, 11 de noviembre de 2016

Brasil, decime que se siente...

Una tarde fría a fines de los 80, surge la consulta, "che, ¿a que hora juega la selección?". La respuesta no tarda en llegar, " a la' cinco". Eran ya las 15.40 y tenía al menos una hora y minutos de viaje, con el tiempo justo, con los segundos contados, el reloj me jugaba en contra. Corro hasta la estación de Retiro, terminal Belgrano norte, miro de reojo el cartel que informa la hora y la plataforma que indica la partida del próxmio tren. Saco el boleto, apuro el tranco. Suena la bocina de la locomotora, que espanta a las palomas de la estación, el guarda agita una especie de pañuelo verde. El cual dudo que el máquinista pueda verlo a mas de 100 mts de distancia, trepo en el último vagón. El viaje dura alrededor de una hora, pasa por varias estaciones, un túnel largo y ruidoso, olores y sonidos de los más diversos. Vendedores de todo, se ganan la vida ofreciendo chocolates, cuadernos, lapiceras, ilusiones, reza con voz aguda y penetrante: " ... para le bolsillo del caballero y la cartera de la dama". Extiende la última a exageradamente. El tren llega a Villa de Mayo, sin esperar a que frene totalmente, salto y corro con la mochila al hombro las 3 cuadras que separan la estación de mi casa. Corro por las veredas rotas, esquivo los pozos, los perros raquíticos. Cruzo la calle de tierra, llena de cascotes, dejo la diagonal y encaro por Tres Arroyos, ya veo mi casa, falta poco. El frío hace la carrera mas densa, no hay nadie o casi nadie en la calle. Tarde gris, nublada. Media cuadra antes de llegar, ya tenía la llave del candado en la mano, como queriendo calentar el metal para no tardar ni un segundo de más. Abro el portón, vuelvo a poner el candado, corro los últimos 10 mts. hasta la puerta de atrás, otra cerradura en mi camino, otra llave. Voy hasta la cocina, enchufo la tele, tiro de la perilla de volumen y presiono la tecla 13. La última de abajo. En escasos 10 segundos comienza a tejerse una imagen verde, aparecen los equipos con el sonido del himno nacional. !Gracias a Dios, no empezó todavía!. Este relato sucedía una y otra vez, cada vez que jugaba la selección, corría para verla, daba gusto, daba placer, emoción, cada ataque parecía medio gol, el juego fluía, los rivales parecían esos pozos, o perros que eran gambeteados con facilidad. Los goles parecían que desgarraban la red de donde estuviera amarrada. Tenía la sensación que ellos dejaban todo para ganar y les dolía perder. Sentía que amaban ponerse esa camiseta, cargada de gloria y pasión, y por nada del mundo renunciarían a faltar a una sola cita. Seguramete es exagerado pensar eso. Pero creo que esa era la senación. Los tipos daban siempre un poco más. Un poco más acá en el tiempo, Agus mirando un programa por Netflix, Luky jugando con sus amigos on-line, Pauli colgando la ropa recién lavada y yo cocianando, escuchando la radio. El comentarista dice "... vamos que se puede, me gusta como juega, como pone Masche..., bien el fideo por el frente de ataque".
Instantes después, algún ignoto futbolista brasilero, clava un golazo al ángulo, inatajable para el arquero.
Faltaban 20 para terminar el primer tiempo.
"A comeeerrrr.." yo estiraba las letras como el vendedor ambulante, pero sin voz aguda.
Unas hamburguesas sobre la mesa, una latita de cerveza, mucho ketchup y mayonesa completaban la mesa, el humo oficiaba de nube en la cocina y el relato de Walter Nelson de fondo llenaba los silencios de la mesa.
Agus se va a dormir y Luky vuelve a jugar con sus amigos. Rápido de reflejos, corto dos porciones de queso y dulce, me las sirvo y me dirijo a la tele con la inmensa ilusión de que el segundo tiempo podemos darlo vuelta.
Me siento, tomo el control, lo apunto a la tele y aparece una trompada que me da de lleno en la ilusión, en la esperanza, veo un BRA2 - ARG0.
¿Como, cuando, donde? ¿Será un error del videograph?. No sería la primera vez que se equivocan.
No señor, no hay error. En todo caso, el dígito junto a BRA debería ser aún mayor. Me cuenta Ariel Sinosiain, de prolija corbata celeste e inmaculada camisa blanca. Dice que es merecido el resultado y que en unos instantes nos va a mostrar como llegó el equipo de amarillo a tomar esa ventaja en el tanteador.
Paula vuelve del baño, y me dice que le avise cuando termina el partido así vamos juntos al cajero. Horario singular para ir al banco.
Sin decir palabra alguna, pienso, que el partido ya había terminado hace rato. Pero viste como es esto, la ilusión y la fantasía no se doblegan ni con 300 goles. Siempre guardo esa luz de esperanza, que esto se puede revertir, se puede cambiar. Les dí crédito, les dí la chance de convertirse en héroes, tenían 45 minutos para matar o morir por esa camiseta celeste y blanca. Llena de gloria. Los 11 que llevan esos colores, eran dueños absolutos de mi sueño, dar vuelta un 0-2 en Brasil no era imposible. Difícil, pero nunca imposible.
Le doy un mordisco a una de las porciones de queso y dulce ( de batata ). Trato de convencer a Pau que se quede junto a mí, en el sillón. Pero la contorsión de su cara, la expresión de su voz, el gesto de su mano, me hicieron sentir que vió la más horrorosa imágen que un ser humano haya visto a lo largo de su historia, la de la humanidad.
Nada cambió en el segundo tiempo, las imágnes del técnico reflejaba el ánimo del equipo, el lenguaje corporal reflejaba lo que sucedía en el campo, la impotencia se hacía presente en cada jugada y el ruego del relator para que finalice el partido ponía en palabaras el mensaje de los jugadores, de los hinchas.
Nada cambió, mi ilusión y mi esperanza dio el suspiro final con el gesto de árbitro señalando el círculo central y el silbato agudo, frío, terminó con el sufrimiento, con la agonía, fue el tiro de gracia.
Mi gran duda es, que cambió en todos estos años, desde que yo corría, desesperado, con el corazón latiendo a dos mil, desde la estación a mi casa, hasta anoche en que miré, casi por casualidad, el segundo tiempo, solo porque Agus se fue a leer y las hamburguesas se acabaron rápidamente.
Muchas cosas, seguramente, pero la más preocupante de todas, a mi entender, el fuego, la garra, las ganas, la infinita pasión con la que jugaban aquellos guerreros contra el desgano, el poco compromiso. Algunos dirán llegaron a la final de la copa del mundo. Que jugaron dos finales de Copa América. Yo me arriesgo decir, que les falta eso que le sobra al vendedor de golosinas y lapiceras que despierta a todos en el vagón para vender, para llevarle la comida a sus hijos todos los días.
"Pau, ¿vamos? ... ya terminó el partido...!!!".

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