miércoles, 27 de enero de 2016

Mi cuñado Luis

Todo era color de rosa, la vida me era simpática, sonriente, cariñosa, cálida. El orden estaba en todos los rincones de mi vida, el éxito era mi mejor amigo.
Me sentía el número uno, no había sombras en el horizonte. Era el centro del universo. Nada podía ir mal. Mi familia me admiraba, entre ellos mi suegra me hacía sentir el yerno favorito, me enviaba tortas, llamaba con frecuencia, se interesaba por mí, que más podía pedir, lo tenía todo, tenía la atención de mi suegra.
Una tarde de verano, en la pileta después de impresionar a todos con mis charlas e historias, piruetas, tengo que ir al baño. Al salir del mismo escucho sin querer una conversación, donde mi cuñada confesaba que estaba saliendo con un tal Luis.
Al poco tiempo, Luis aparecía en sociedad. Amable, un tanto tímido. Flaco. No lo veía como un rival de fuste, nada de que preocuparse.
De repente, algo cambió. Los llamados comenzaron a cesar, las tortas se convertían en porciones y luego en mezquinos despojos o sobras. El centro de ese universo comenzó a desplazarse y ese poder de atracción, ese brillo se mudó hacia la figura de Luis, sin estridencias ni maravillas fue conquistando los corazones de mi familia.
Sin importar cuan sofisticados fueran mis comentarios, ya nadie me prestaba atención. Comencé a hacer cosas más histriónicas, más extravangates, tratando de recuperar esa posición perdida. Pero nada de eso dio resultado. Luis con sus comentarios básicos, llenos de vacíos, con gestos primitivos, adustos, ropa simple, siguió, sin proponérselo siendo el más festejado. Se robó ese centro tan amado por mí. Mi suegra lo llamaba y charlaba largas horas, nombraba a Luis por su nombre y se dirigía a mí, simplemente por "él" o "vos" chasqueando los dedos. Todo el tiempo resaltaba las bondades sus bondades, lo que hacía y lo bien que había hecho al dejar otras cosas de lado, todo era perfecto, sus actitudes, sus maneras, sus silencios, sus parcos comentarios, sus tristes miradas, el reflejaba la sencillez, simpleza. Mi familia, esperaba ansiosa la llegada de Luis cada domingo a los asados. Esa disputa era como un puñal a mi amor propio, sentía que el mundo se me venía encima y no podría detenerlo con nada. Ni siquiera podía envidiarlo porque el no sabía que me había robado ese tesoro tan preciado, el reconocimiento de mi familia, especialmente de mi suegra.
Luis, sin saberlo se llevó lo más importante. Todo. Ser el centro de atención de los asados del domingo. Antes solo esperaba ese mediodía para sentirme yo. Pero ahora, ni siquiera soy eso. Quizás lo peor de todo es saber que el ni siquiera se lo propuso, ni lo soñó, ni lo pensó, ni lo planeó, como yo planeaba durante la semana cada frase, cada remera, cada pantalón, cada movimiento de mi cuerpo, cada gesto.
Él simplemente era Luis. Hoy, a la distancia entiendo que ese encanto que trajo fue su mejor "arma" para luchar el cetro tan ansiado por mí, el reconocimiento de mi familia y por sobre todo, el de mi suegra. Su ser genuino me venció. Tan genuino él, que no participa más de los asados familiares. Los asados casi extintos como mi reinado. El tiempo se llevó los recuerdos, pero la tristeza permanece ahí. Con cada timbre del teléfono, corro hacia él, ilusionado de oir la voz de mi suegra, pero el llamado no llega, la ilusión se renueva todos los días. Añoro esos asados, donde mi nombre sonaba en cada charla. Ahí suena el teléfono otra vez, espero que sea un asado más.-